1 de enero de 2011

Treats

¿Ven como todas las niñitas mexicanas veían a la Bella Durmiente en su infancia y le pedían a diosito, las estrellas o whatever que las convirtiera en rubias? ¿Y luego en cuanto les fue posible corrieron por el peróxido y se pintaron los pelos amarillos?

Pues mi historia es más o menos la misma, pero yo quería ser pelirroja. Como tengo pecas y los ojos oscuros, siempre pensé que podría hasta pasar por una de verdad. Las de cabeza de cerillo me parecieron siempre las más badass de todas. Bien guapas, exóticas y estilosas.

Por eso una mañana desperté y decidí ir a pelirrojearme. Para ser como Shirley Manson, Jessica Rabbit, Christina Hendricks, Katharine Hepburn y Florence Welch. Lo hice. No sé si he logrado ser tan chida como las melenas de cereza antes mencionadas, pero si me queda claro que life is way funner as a redhead.

El caprichito me ha traído desde luego un asalto a la cartera, pelo seco, esclavitud a tratamientos para greñas teñidas y visita mensual al colorist. A veces, admito, it’s a drag y me caga, pero hasta el momento, el resultado bien ha valido la pena.

Aunado al rojo nuevo, finalmente concluyó mi búsqueda de años por el tatuaje perfecto. Un cherry blossom, por aquello de la oportunidad eterna que uno tiene de renacer y reinventarse y "esas mamadas güey". Encontré un diseño bellísimo, enorme y rosa que una tarde de noviembre me trazó un chief tatuador en la espalda. Aguanté tres horas seguidas sin llorar (la campeona, me dicen) y pasado el malviaje del día siguiente (que te súper arrepientes y piensas en tu futuro y que eres una loca estúpida que nunca va a tener trabajo) aprovecho cualquier oportunidad para enseñarlo y creo que es la mejor idea que he tenido en un lustro.

Todo bien. Me gusta usarme de canvas.

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