23 de febrero de 2010

Chococat

Cuando cumplí 18 años mi madre amorosamente me regaló un cochecito nuevo, bonito y barato. El regalo incluyó un porta placas y estampitas de cierto personaje de Hello Kitty llamado Chococat. Gracias a lo anterior, mi nave se hace llamar justamente así, gracias a los cientos (como si conociera tanta gente) que han reconocido al gatito negro y me han preguntado si así se llama mi automóvil.


Desde ese soleado 25 de julio han pasado seis años. Y con tanto tiempo, un millón y medio de aventuras y dramas a bordo. La verdad es que daría mi pulmón izquierdo por comprarme un carrote divino y nuevo, pero debo admitir también que Chococat tiene tanta de mi historia que me cuesta la idea de deshacerme de el. Sin embargo, creo que la fecha inevitablemente se aproxima, por lo cual decidí hacer una crónica de los mejores momentos a bordo de mi auto.


1. "¡Cállate, el coche no tiene nada!"


En cierta ocasión salí de fiesta con el amigo más borracho que tengo. Rogelio tiende a comportarse como compadre en boda y gusta de empedar a toda la fiesta al unísono. Estúpidamente fui a uno de los antros malamuertosos que aquel frecuenta y como era de esperarse, me acomodé una peda de miedo. En el candor de las copas y la música, acabamos solos (todos los demás se fueron) sentados con un par de narcos vaqueros que nos pichaban una cerveza tras otra.


Yo estaba del mejor humor, hasta que vi el reloj y era sumamente tarde. En aquellos antieres la hora todavía era relevante y por temor a los regaños paternales, decidí partir inmediatamente. Dejé a Ro con los vaqueros borrachos hablando de viejas y huí a mi hogar.

No habían pasado ni diez minutos cuando encontrábame cantando a todo volumen las intensidades que me caracterizan. Al ritmo de Shadowboxer de Fiona Apple (¿Qué tal eh?) cruzaba Insurgentes a toda velocidad cerrando un ojito a la vez porque de la peda veía doble y además no traía lentes. En pleno trino sentí un golpe, y luego como si estuviera intentando subir una escalera en cuatro ruedas. Resultó que me había subido directito al camellón.


Juraba que no había pasado nada más que un pequeño inconveniente, así que proseguí a bajarme tranquilita y continuar mi camino. Puse la siguiente canción de Fiona Apple y me fui a mi casa, frescamente. De pronto, llegando a Periférico, me percaté que el coche temblaba tanto, que no podía detener el volante. Además se escuchaba un ruidito, que cuando le bajé a la música, resultó ser un ruidote. Lo primero que pensé (dado a accidentes previos) fue que se me había vuelto a caer el mofle.


Me paré en la lateral frente a Gransur y esperé que algo pasara. O que se me ocurriera algo. Me quedé dormidita un rato, hasta que alguien tocó mi ventana. El tipo me dijo: ¿Estás bien? Creo que se te dañó el rin y pues, se te ponchó la llanta...” Mi respuesta fue: "¿¡de qué hablas?! ¡Se me calló el mofle mentiroso! Al cabo de un rato el pobre hombre me convenció de que me bajara a ver. De pronto recuperé la capacidad de enfocar. La llanta había desaparecido casi por completo y el rin estaba irreconocible.


El hombre trató de ayudarme, pero no traía gato. Sacó la llanta de refacción de mi cajuela mientras yo me hundía en ella y balbuceaba llantos de borracha. Finalmente le hablé a mi mamá, me ayudó y se acabó la parte chistosa de la historia.


2. "¡No mames, choqué el coche!"


Cuando todavía éramos unos gremlins cuando salíamos de noche Meme y yo, acabamos después de una fiestota en Altavista con gente desconocida. Era tanta nuestra alegría fiestera que corríamos en minifalda y taconcitos con shots en cada mano y Meme con sombreros ajenos y la camisita abierta hasta el ombligo. Como era de esperarse, fuimos la puritita sensación de la noche. En alguna de las paradas que hicimos esa vez, terminamos bailando arriba de una barra con llamas alrededor, cual runway meets Coyote Ugly mezclado con muchos tequilas encima.


Finalmente alguno de los dos tuvo la prudencia de decidir que nos íbamos, no sin antes percatarnos de mis rodillitas sangrantes de lo cual nunca desciframos el origen. Muy divertidos como era costumbre, nos fuimos de vuelta por Insurgentes.

De pronto, alrededor de la UNAM a toda velocidad, una combi gigante se paró en seco. Yo intenté dar el volantazo y esquivarla, pero por tantas cervezas no reaccioné a tiempo. Nos fuimos a estrellar contra una pared, dimos tres trompos y juramos que íbamos a morir.


Cuando acabó todo, me bajé llorando del coche a llorar por mi puerta (recientemente arreglada) y mis rodillas. El hijodeputadelacombi se largó y llegaron corriendo unos policías de la UNAM que amablemente me dieron papel de baño para que lo masticara y me librara de la cárcel.


Eventualmente llegaron nuestros respectivos padres, nos vieron como criminales y lo chistosísimo de las rodillitas sangrantes se nos olvidó por completo (al menos esa noche).


3. "¡¡Aaahh!! Se me apagó el coche"


Me he quedado sin gasolina y sin anticongelante. Se me ha calentado el coche y se le ha caído el aceite. Todo en avenidas súper transitadas, largas y en hora pico. Son tantas las veces, los llantos y los dramas, que sólo contaré una de las miles de aventuras.


Ms. Yellow y una servidora veníamos de vuelta desde Polanco con mucha prisa por llegar al Tec de Monterrey, al otro lado de la ciudad. Todo iba perfectamente, hasta que por una confusión tomé el camino equivocado y en lugar de subir al segundo piso me seguí por carriles centrales de Periférico. Como era de esperarse nos tocó el rush hour y tramos larguísimos a vuelta de rueda.


No traíamos mucha gasolina y Chococat se calentaba con mucha facilidad en esas épocas. Ocurrió lo inevitable. El coche empezó a jalonearse sin esperanza y a pararse entre tantos coches. Nos salimos a la lateral y buscamos una gasolinera. Por minutos que parecían años enteros la buscamos en medio de la más pura y femenina histeria. Cuando estábamos a punto de rendirnos la vimos y nos tranquilizamos. Hasta nos reímos y platicamos súper casual.


En eso me di cuenta de que el color verde tan característico de los letreros de la gas estaba bastante deslavado. Porque la gasolinera estaba cerrada, clausurada, abandonada (o algo). Estábamos en Las Flores y faltaban siglos para llegar a Desierto de los Leones, o sea a la siguiente posibilidad de salvación.


Con el coche jaloneado, en sus últimas y entre el tráfico espeluznante, Ms. Yellow tomó el volante y se metió por callejuelas varias hasta que salimos a Revolución (debo aclarar que aquella estaba especialmente estresada porque tenía examen final en media hora). Parecía que ahí había muerto el pobre coche. Nos paramos. Lloramos. Y vimos un carro de papitas. Evidentemente compramos unas y nos tomamos un merecido break en medio de la avenida enchiladísimas.


Fue suficiente para tomar energías y llegar jadeantes (el coche y nosotras) hasta la gas de Avenida de la Paz.


4. "¡Mierda! ¿Dónde está el coche?"


Hace unos años trabajaba en Polanco en una placita situada entre Ejército Nacional y Horacio (¿o es Homero?) en la cual me cobraban cerca de 200 pesos diarios de estacionamiento. Ante el descarado asalto a mi economía, busqué alternativas que me permitieran invertir los 200 morlacos en algo de mayor provecho para mi persona (lo cual creo es, bastante razonable).


Me encontré por ende que en Homero y Horacio había filas larguísimas sobre todas las banquetas en las cuales los ciudadanos dejaban sus coches. La cosa es que yo dejaba el mío alrededor de siete horas. Y nunca me fijé en que los autos alrededor mío eran siempre diferentes cuando regresaba.


Porque resulta que estaba prohibido estacionarse en cualquier parte de ambas calles. Y yo no sabía.

Y un maldito día, salí y no estaba el coche. Pensé que me lo habían robado. Pero cuando vi un BMW cercano y un Mercedes me di cuenta de la estupidez que me pasaba por la cabeza. Lo más lógico era que se lo hubiera llevado la grúa. Y yo no tenía idea de dónde acababan los coches cuando eso pasaba. ¿Se los llevaban a hacerlos chatarra? ¿O se iban a los shows de Monster Trucks gringos?


Entonces busqué ayuda y gracias a Dios el Maestro Escobar (o sea mi padre) chambeaba cerca y me pudo llevar al corralón. Me odió terriblemente. Prometí no volverlo a hacer. Tener cuidado. Buscarme un viene, viene. Something.

Y lo cumplí. Un buen tiempo además.


Hasta que un día cometí el mismo error. Salí y no estaba el pinche coche. Needless to say tuve que sacarlo sola. Y needless to say nunca más he vuelto a estacionar a Chococat en las calles de Polanco.

5. "Amo a mi coche"


Chococat me llevó a buscar a un imbécil del que estaba muy enamorada, que terminó en tragedia y en otro estado. Pero la compañía de mi primas y Meme y toda la aventura no voy a olvidarla nunca. Ha sido de los mejores momentos de mi vida.

A bordo de Chococat conocí a mis amigos (Ro y Sofía, por ejemplo) fui a visitarlos, a dejarlos, a recogerlos y a quererlos. Mi coche está manchado de café en el techo por una aventura en la cual había más de ocho personas trepadas. Pocas veces me he reído tanto.


He llorado, reído, besado, makeouteado y de todo un poco ahí dentro, sin duda mi chatarroso auto es testigo de mi juventud.


Ojalá hayan disfrutado de esta croniquita de mi posesión más querida en todo el mundo. Quien me conoce, lo conoce a él. Y lo ama igual que yo.


Si las vestiduras de ese coche hablaran...


Besos anticongeltantes.

Bye.


P.S. Ya sé que está largo, pero lo amerita. Callen.

7 de febrero de 2010

Update!

My mother won. Ahora cuelga en la cocina un calendario de Israel (comprado por mi Papá). De lo anterior, me dijo: "No me importaría que fuera de Iztapalapa, todos menos París".
:)

5 de febrero de 2010

En la orilla del Rio Bravo...

Ya lo he dicho antes, pero para quienes no lo sepan, resulta que mi familia proviene (al menos en 1/2) de Ciudad Juárez, Chihuahua. Es por eso que me siento sumamente ligada a la trágica ciudad que todo el mundo conoce por su sangrienta aparición noticiosa desde hace tanto tiempo.

Mi papá nació de madre francesa y padre de nacionalidad desconocida (pensamos que Salvadoreña, pero who knows) cuando Juárez era todavía un ranchito fronterizo. De su infancia en la ciudad hay mucho que contar, pero destacan algunas historias divertidas, como su paso por California vestido de George Harrison o su amistad de largos años con su vecino Juan Gabriel (si, el de Querida). Con cuatro hermanas, clima desértico, paisanos con conflictos de identidad y la carga de un pueblo sumamente orgulloso, es que se formó un hombre que tuvo a bien criarme como norteña desubicada y amante de las palabras.

Mi primer viaje en avión aterrizó justamente en el pequeño aeropuerto con vista al Paso y fue donde celebré mi cumpleaños número tres. Es ahí también donde probé menudo y me enamoré para siempre, me hice adicta a las baratas del mall de Chulavista, aprendí a bailar quebradita y hasta me bajé la peda con burritos callejeros. Mi prima favorita vive allá y el modelo de prince charming (su hermano) también. Es en ciudad Juárez donde mi papá volvió a tratar de dar esperanzas a los que quedaron de las muertas y donde yo siempre he sido muy feliz.

Es por eso que me duele tanto cada vez que se mencionan los barrios donde anduve de pequeña y de adolescente sin preocupaciones, para hablar de asesinatos, violencia y crímenes sin resolver. Desafortunadamente para los que viven ahí, los que vienen de ahí y los que venimos de los que vienen, se le ha hecho un mal nombre por unos cuantos.

En Ciudad Juárez ha habido toque de queda, han matado a un bebé en brazos de su padre, se han amenazado bandas de narcotraficantes y asesinos con mantas colgadas en puentes peatonales y se ha poblado la ciudad de cruces rosas con nombres de mujeres asesinadas. A pesar de todo lo anterior, de las visitas de Salmita y de Jane Fonda, los cientos de películas, obras de teatro y demás manifestaciones por salvar a la ciudad de sus invasores, no ha pasado ni pasará nada.

Uno de los tantos intentos de esclarecer el problema de las muertas, terminó en un funcionario público diciendo que aquellas se lo buscaban por usar minifaldas, aunado al hecho que todos los archivos de todos los casos junto con los restos, se quemaron misteriosamente hace unos años. Los casos no pueden resolverse porque no hay nueva evidencia y la violencia es tal que seguir una sola línea de investigación es imposible. En pocas palabras, la justicia para las muertas se ha convertido en un camino laberíntico que aparenta no tener fin.

Por si fuera poco, ahora existe la alarma de la masacre de 15 inocentes y nadie acaba de entender los motivos. Mientras tanto nuestro presidente (por el que aclaro, YO no voté) se restringe a dar declaraciones tibias y a mirar para otro lado. Mientras tanto, los estudiantes, profesores, profesionistas, artistas, intelectuales, chicas guapas y demás fauna juarila se acostumbra a vivir en peligro constante y resignaciones injustas.

Como Cynthia (mi prima) alguna vez me dijo cuando le pregunté por las cruces rosas: "Aquí pasa de todo, pero nunca va a pasar nada". Y a pesar de todo, la maravillosa gente aficionada a los Indios se queda allá, tratando de criar a sus familias y esperando que la vida, algún día sea mejor.