22 de febrero de 2012

A Smoky Manifesto

'Cause I've got one hand in my pocket
And the other one is flicking a cigarette...



Le Cigarrera.
Cuando empecé a fumar lo hacía a escondidas, en la ventana de mi cuarto. Veía hacia la puerta nerviosamente, aterrada de que la abrieran mis papás y me fueran a cachar. Desde entonces, como perro de Pavlov, cada vez que prendo el primer cigarro del día me duele la panza de nervios.

Recientemente compré una cigarrera en un arrebato de deseo. Preciosa, blanca con el filo dorado y unas rositas pintadas (me gusta pensar) a mano y que alguna vez le perteneció a una mujer (podría asegurar) fabulosa. Me costó apenas 60 pesos, pero al igual que todas las cosas que he adquirido desde que vivo fuera de casa de mi padres, me sentí muy culpable unos minutos después de adquirirla. Me dolió la panza sin haber fumado.

Para empezar, gastar dinero en cualquier cosa fuera del presupuesto mental que me hago todos los días me remuerde la conciencia. “Un día por andar de manirrota voy a acabar como la crazy bag lady de mi cuadra” pienso. Además no la necesito, los cigarros están re bien guardados en su caja, que para eso es. Para terminar, pues porque no debería fumar ¿no? La gente sana, equilibrada, emocionalmente satisfecha, inteligente y racional no tiene vicios. ¡Y menos uno tan desagradable como fumar! Si fumar en exceso es gravísimo. Es tan gravísimo que hasta los pobrecitos niñitos, abuelitas y perritos se enferman por ser fumadores pasivos. Además es antiestético y desconsiderado. Los dientes se manchan, las banquetas se llenan de colillas, es molesto para otros... “fumar es un hábito despreciable” parece ser la conclusión general.

Al cabo de la primera ola de horror, sin embargo, me di cuenta de que ni me siento tan culpable. Porque no vivo con niños, abuelitas ni perros. Mi casa, oficina, ropa y novio no huelen a cigarro por mi culpa, mis dientes están bastante guapos y blancos además. Estoy sana, emocionalmente satisfecha y soy bastante inteligente (olviden el equilibrada). Relativo a las finanzas,  aquello de aprender a administrarse en un arte que se domina con el tiempo y dentro del presupuesto tengo incluidos mis gastitos banales. Así que tampoco es que como que haya dejado de pagar la renta por comprarme la pinche cigarrera.

La verdad es que fumar es rico. Se convierte en tu sexto dedo durante una conversación acalorada. Puede implicarte nuevos amigos al buscar encendedor. O no, sólo compañeros de bocanadas, que tampoco está mal. Dura exactamente siete minutos, así que hasta como reloj funciona. Entretiene la panza cuando se tiene hambre y no hay manera de saciarla. Acompaña en momentos de mucha soledad o alegría. Se comparte. Se presta. Se pide. Se regala. Es bonito, pues. Y me gusta.

No voy a dejar de fumar. Porque es mi única y mínima “mala” costumbre. Fumo máximo tres cigarros al día y de vez en cuando me aloco el fin de semana. Mi consumo es tan bajo que no me hace mayor daño. Soy vegetariana, hago ejercicio, separo mi basura, uso bolsas de tela, evito la comida rápida, cuido las plantas, no tengo coche... o sea soy mucho más ecológica que muchos no fumadores con huellas de carbón del tamaño de mi departamento.

Estoy hasta la madre de que el mundo constantemente intente provocarme reacciones nerviosas por prenderme un cigarro.

Que las mamás me vean feo cuando estoy fumando EN LA TERRAZA y su bebé empieza a llorar porque “le molesta el humo”. Cuando me exigen con descortesía que salga al patio a fumar. Cuando un ex fumador me aborda y se avienta discursos interminables de cómo su vida es mucho mejor ahora y como soy una pobrecita dependiente. O como cuando las pinches cajetillas ya cuestan 40 varos y ADEMÁS traen un feto muerto en el frente. Todos sabemos desde los 60 que fumar embarazada está de la re chingada, de verdad. Y que todo causa cáncer, incluído el cigarro. No tengo hijos a quienes dejar desamparados por mi infarto y lo de la rata...sigo sin entender qué con la rata.

Me es tan desagradable la insistencia de los esos dibujos del demonio que me compré una preciosa cigarrera de glamorosea mi hábito. ¿Eh? A ver si así van dejando (maldita sociedad moralina y represora) mi vicio en santa paz. 

2 de enero de 2012

2011

Este año dejé la casa de mis papás definitivamente.
Vivi con un par de roommates.
Me quedé sin dinero a la mitad del mes y tuve que recurrir a las latas.
Aprendí a limpiar un baño.

Y calcular cantidades de verduras para la semana.
Fui a clases de comida hindú.
Caminé UN CHINGO.
Cambié de trabajo.
Hice amigos nuevos.
Me puse varias, largas y divertidas pedas.
Otras no tanto, más bien al contrario.
Entre al bendito gimnasio y falté un chingo y luego no tanto.
Vi un montón de películas y tele.

Regresé a la música.
Me enamoré.
Extrañé hasta las lágrimas.
Lloré hasta el cansancio.
Tuve buen sexo. Buenísimo.
Y muy malo también.
Dejé de escribir.
Me pinté el pelo de todos los colores que pude.
Fui a ver a Beirut.
Y a Portishead.
Lei puros libros buenos (y varios).
Me mudé sola. Solísima.


No estuvo mal.
Feliz 2012.