Por ende, íbamos a pasear al Centro y yo sólo iba con la condición de que me compraran un helado (como los conos de McDonald's) combinado. Que seguro eran de lo más insalubre. Durante el recorrido mi mamá me contaba cómo mi abuela nunca aprendió a manejar, aunque tenía un coche a su disposición y un marido enamorado devoto a enseñarle. El problema era que aquella aparentemente nunca lo quiso. Ni al coche ni al marido. O más bien lo amaba de una forma tan torcida que a la fecha es incomprensible para toda su descendencia.
El punto es que mi abuela no quería aprender a manejar. Tal vez porque en Piedras Negras no se estilaba que una mujer hiciera chambas de macho, como manejar una máquina con ruedas. O igual porque le daba miedo, le intimidaba, ponía en práctica su passive aggressiveness contra Pepo, o deep down quería un chofer como las damas respetables. Sea la razón que fuere, la abuela acababa tiro por viaje con mi madre y su hermana en un camión (colectivo) sesentero, desde San Ángel hasta el Zócalo.
Y para el par de niñas aquello era un COÑAZO. Andaban en el camión repleto de gente cargando de todo (gallinas included) con un calor espantoso y una ruta eterna. Cuando llegaban no había helado combinado de nada, sino caminatas perpetuas comprando telas, comida, zapatos y demás entre los comerciantes sudorosos y gritones, la basura, el desmadre, las aglomeraciones, etc, etc. Porque tampoco era como que pasaran al precioso Palacio de Hierro de shopping. Como "hay que ahorrar" (frase prohibida en mi casa) mi abuela y bisabuela hacían la ropa de toda la familia (menos los trajes de mi abuelo por suerte) y gastaban lo mínimo indispensable en zapatos y ropa interior. Además, nunca llevaban a las niñas a cortarse el pelo (ni al abuelo) sino que la bisabuela se hacía cargo con unas tijeras para pollos.
Todas estas medidas harían pensar a cualquiera que a la familia Nieto de Pascual Pola les hacía falta la lana. La verdad es que no podían estar más lejos de la realidad. Al abuelo le iba re bien. Andaba de viajes constantes y le compró a la abuela una casa divina. La de sus sueños. Y se la amuebló con igual fijación en sus deseos. Y le compró (con todo el varo que "había que ahorrar") cantidades industriales de plata, candelabros imposibles y chingaderas por montón que al final se perdieron en otros apellidos.
Además inscribió a mi madre y mi tía en la "mejor escuela" para los estándares moralinos y provincianos de mi abuela. Las niñas iban en el Oxford junto con compañeritas mamonsísimas. Sus uniformes eran hechos por mi bisabuela (también), lo cual resultaba sumamente humillante e incómodo para el par. Lo único que les quedaba era tener calificaciones de excelencia para ganarse un poco de respeto y tranquilidad en la escuela. Afortunadamente ambas siempre han sido muy simpáticas. Sin eso, no sé cómo hubieran sobrevivido. Entonces, la lana no hacía falta. Hacía falta un poquito de sentido común.
Por eso se iban al Centro y siempre se quedaban con ganas de unos hermosos zapatos de charol rojos que nunca llegaban. O de un vestidito de verano amarillo que estaba muy caro y le podía salir igual de bien a la bisabuela. Al final acababan comiendo en el Woolworth y regresando cargadas de mierdas en el maldito camión. Hasta San Ángel. Con toda la lana, el mejor papá del mundo, la casa divina y las pretensiones de emperatriz de mi abuela la loca.
Parece que mi madre ha perdonado a la heroína de este relato. Y que bueno, porque a mi me resulta fascinante. Para ella debe serlo también, aquella fue su madre y le debe en muchos niveles, ser quien es. Además, a las mamás uno las quiere por siempre aunque las odie por siempre también.
No tuve el placer de conocer a la abuela y dicen que nos parecemos en muchas cosas.
Ojalá sea en su fantástica excentricidad y su belleza legendaria.
Интересно написано....но многое остается непонятнымb
ResponderEliminarИнтересно написано....но многое остается непонятнымb
ResponderEliminarque pedo con el ruso... igual y ni al caso, pero tu post me recordó a Como agua para chocolate.
ResponderEliminarUn besote Ceci bonita.