20 de junio de 2010

Hablando de mujeres y traiciones

El pobrecito y traicionado Hamlet que tan mal le caía a la banda.
Platicando con una maravillosa mujer hace unos minutos, me puse a pensar algo de lo cual ella tuvo la primicia, pero me pareció importante transmitirles a ustedes queridos lectores.
Hay ciertas cosas en la vida que todos sabemos, pero no nos gusta pensarlas. Una de ellas es tener consciencia de a cuánta gente le caemos mal, no coincide con nuestras opiniones o hasta nos odia. Queremos pensar que no son los más, y nos esforzamos todos los días en ser los más amables que nuestra personalidad permita para que el mundo nos sonría y le simpaticemos. Muchos lo logran, y por eso son muy populares y amados entre sus innumerables círculos sociales. Sin embargo, eso no implica que se salven de ser malqueridos por alguien.
Y es que la realidad es que probablemente le caigas mal a mucha más gente de la que te imaginas. Tienes posiblemente una cifra hasta cercana de enemigos a tu número de amistades/conocidos/buenas ondas. Ni modo. Así funciona el mundo.
Es inevitable caerle mal a los demás, porque todos somos una mezcla de experiencias, traumas, amores y desamores que nos hacen bien distintos unos entre los otros. Por mucho que gustemos (o no podamos evitar) meter en cajitas a la gente para saber cómo relacionarnos con ellos, al final los empaques resultan medio obsoletos. Nadie embona completamente en ninguna etiqueta (aunque algunos se acerquen más a hacerlo que otros, sin duda). Por ende, es bien difícil embonar con mayorías.
No nos gusta pensar en todo lo anterior, porque eso conlleva también que es bien difícil identificar a quién le caemos mal. A menos de que haya una confrontación o una franca mala vibra entre dos personas o un grupo en general, puedes estar rodeado de gente que te sonríe hipócritamente para criticarte a tus espaldas. O puedes tener maravillosos amigos que aunque te adoren, te critiquen de todas maneras. Todos tenemos una opinión del resto y no nos la callamos. Hablar “mal” del otro no significa que no lo quieras.
Como consecuencia, vivimos con la constante amenaza de la traición. Puedes trabajar con un grupo de gente en la que confías y que de pronto de agarren por sorpresa y te jueguen chueco. Los motivos de mencionado juego sucio pueden deberse a una enemistad bien larga que no pudiste ver nunca y que fue planeada maquiavélicamente. También puede responder a un desencuentro/discusión/corajina llevada muy lejos o bien puede ser resultado de un cague sin mala intención.
Por eso es la amenaza tan aterradora. Por sorpresiva, porque uno no puede hacer nada para evitarla. O si. Y eso es lo que uno debe pensar cuando se malviaja por estas cuestiones. La mala vibra se siente, se huele. Uno se puede dar cuenta gracias a muchas situaciones en quién se puede confiar y en quién no (y tener en cuenta que no se puede confiar en nadie e ir con un poquito de cuidado por la vida). Además, los buenos actores no se encuentran por montones en el mundo, son muy pocos los que te van a engatusar y hacerte cosas horribles. Ni tu eres un monstruo que merezca espantosas venganzas, ni el mundo está lleno de psicópatas. Chill. Por último, pocos son los que acostumbran estar incómodos y forzarse a fingir. Si le cagas a la gente te vas a dar cuenta, a nadie le eres tan importante.
Conclusión. No puedes evitar el peligro. No puedes caerles bien a todos. Pero tampoco eres un idiota falto de toda sensibilidad que esté completamente vulnerable al daño de los demás. Al menos si no eres una persona demasiado “conveniente” de relacionarse o un mueble absoluto sin fibras.
Después de leer esta bella entrada, deja de pensar en el asunto. It’s not worth it. Lo único que puede provocar es que la paranoia nuble tu juicio y te vuelvas más loco de lo que ya estás.
Un beso despreocupado.
Bye.

9 de junio de 2010

Cinco cosas que creo.


Hace más de dos semanas que no vengo a pararme acá. Y es que he estado muy ocupada, me dieron un golpe bajo en mi writersteme y no he tenido de esos momentos de iluminación
tan bonitos que me ponen contenta.
No es como que las cosas sean muy diferentes del panorama antes descrito y el actual, pero voy a hacer el intento de escribirme algo que tenga medio un poco de sentido.

A continuación (como bien dice el título) están cinco cosas que creo.

1. La gordura está mal. Punto. Uno no debe ser gordo. Una cosa es tener unos kilitos de más que vienen y van y no ocasionan mayor problema y otro muy distinto es ser GORDO. Ser del último corte implica innumerables broncas de salud, como ya todo ser humano medianamente conectado al mundo de los vivos sabe. Pero además produce muchas broncas de salud, pero mental. No hay gordos felices. Quien diga que lo es está mintiendo. La gente con sobrepeso considerable se aisla, hace bromas de su aspecto para sobre llevarla, tiene pocas parejas, no es muy atlético, etc. etc. Todo gordo que ahora es delgado diría lo mismo que yo.

Además, ser gordo (muy gordo) le ocasiona problemas a los demás. Si te toca al lado de un gordote en el camión, avión o cualquier otro lugar en que uno tiene que estar hombro con hombro con alguien más, invariablemente el flaco va a estar más incómodo. Si un gordotote se enferma gracias a su gordura, la familia de aquél tiene que lidiar con eso.

Existe una cultura de la tolerancia (sin duda, toleremos a todos) mal entendida en este caso. Protestas en contra de aerolíneas por no querer modificar su diseño para que quepan gordos por ejemplo. No. No señores. El sobrepeso en un avión es peligroso. Y además, no es como que la señor o señora gordos hayan nacido con eso, que tengan una discapacidad. La gordura no es una discapacidad, es una decisión. La decisión del abandono corporal. Del descontrol. Cerrando el hocico y aguantándose los antojos se resuelve. It's wrong. Bendito Dios por la regulación de junk food fuera de la escuelas.

2. La represión es el mayor mal de la humanidad. Si bien las reglas son necesarias, creo firmemente que mientras el otro no haga daño a nadie es injusto reprimirlo. Si eres brujo, poeta y loco y tu único daño es ser sumamente annoying para el pueblo, ni modo, nos aguantamos, no vamos a reprimirte. Eso se lleva a todas las esferas. Que los Israelíes no repriman (sometan) a los Palestinos. Que los gringos no repriman (bloqueen) a los Cubanos. Que los maridos no repriman a sus mujeres. Live and let live. Simple.

3. No "necesitamos" creer en algo. Nos es inevitable. La espiritualidad es concebida por muchos como creer en el destino, un Dios, en ti mismo y ponerse de cabeza, rezar, cantar y aplaudir, meditar etc. Creo que si bien esa es una manera de manifestar la espiritualidad, no es la única. Creer es algo inherente. Crees en el poder de la belleza y en los cánones sociales del buen comportamiento por ejemplo. No es que te esfuerces, es sólo que lo pones en práctica. Yo por ejemplo, creo en la suerte. No hay destino. Sólo hay suerte. La vida es un juego probabilidades. No hay nada escrito.

4. Todo lo que eres es culpa de tu padres. Si, de lo que viviste de niño y vives ahora bla, bla, bla, pero en realidad, es culpa de tus papás. Tus traumas, tus relaciones sociales, tus decisiones laborales, amorosas, tu autoestima, esquema de valores; todo proviene de cómo te criaron el par (porque hasta la ausencia es parenthood). Por eso muchos de nosotros cuando somos más grandes, nos buscamos un loquero que nos encuentra el hilo negro y entendemos por fin que cuando tu padre dejó de cargarte a los 12 fue porque te habían salido las chichis y eso le causó a aquel un conflicto porque no sabe lidiar contigo ahora que eres mujer y entonces por eso tus relaciones con hombres son desastrozas (sound familiar?).

Pero es justamente cuando se tiene esa consciencia que es deber de cada quien tomar responsabilidad de nuestras acciones y nuestra vida. Si ya estás consciente de porqué lo haces, deja de hacerlo, deja de justificarte con el "pobrecito de mi, me traumaron mis jefes". Take responsability. Ser un hijoputa ya no tiene perdón.

Eso conlleva a su vez, perdonar a tus pobre jefes (en algunos casos, no todos los padres merecen perdón) y adecuarte a ellos. They're old. You're not. Te toca a ti moldearte y dejarlos ser, porque ellos ya te dejaron a ti. Ya terminaron de criarte y sólo les queda confiar en que hicieron un trabajo más o menos decente y las decisiones que ahora tomes no van a ser tan pendejas o al menos no van a ser letales. Si tu mamá hornea un montón de panes para entretenerse y no pelearse con tu papá mientras el apuesta con sus amigotes los domingos, déjalos. It's their marriage, es su pedo. No el tuyo. Ya tendrás tus propios desmadres para volverte loco. Y tal vez tus propios hijos que van a mentarte la madre en sus respectivas terapias.

5. La gente que ama a los animales y la que los odia no puede convivir. Aunque en este mundo es todo posible, opposites attract, y hasta judíos y palestinos niños puedan ser amigos, mencionada relación es imposible. Nunca te cases con una vieja loca que odia los pelos y patea perros. O nunca te cases (o andes o whatever) con una vieja loca que le da besos a sus gatos en la boca y que todos sus abrigos están mordidos, babeados y llenos de pelo. La única esperanza es que el odia animales cambie de opinión, pero en muchas ocasiones es pura hipocresía. No quisiera tener la angustia de pensar que mientras no estoy el otro anda pateando a mis hijos de cuatro patas. Y les va a pasar. So really, don't go there.

¿Qué piensan ustedes?